Absolutamente a nadie normal se le ocurriría ir casi de noche al cementerio. Nadie excepto el noruego. Le fascinaba lo sobrenatural, tanto que había decidido intentar comunicarse con los espíritus del lugar y mantener una conversación estable.
Dejó la mochila al lado de un árbol e investigó las tumbas más cercanas. No tardó en perderse por el colosal cementerio y la caída de la noche no ayudaba. Se arropó aún más con la chaqueta y dio vuelta atrás, pero no conseguía ver nada y la niebla empezaba a borrar el camino. No estaba asustado, pero no podía orientarse y de repente le pareció oir algo cercano. Se giró hacia donde se había oído y se dirigió hasta allí.
Olvidó la mochila por un momento (la cartera y el móvil los llevaba al bolsillo, lo demás no importaba si le robaban) y se obsesionó por saber qué había sido aquello y, casi inconsciente, corrió en aquella dirección hacia la nada.